jueves, 26 de marzo de 2009

Por la ciudad en noche de gaviotas voy caminando


Un, dos. Un, dos.
Las baldosas nunca terminan.
Un, dos. Un, dos.
Cada vez hay más gente o solamente lo parece?
Un, dos. Un, dos.
Baldosas y baldosas. Y nostalgia a cantidades deprimentemente colapsadoras.
Un, dos. Un, dos.
El cielo empieza a gotear y tu cabello se alborota, como si hubiese adquirido vida propia y se hubiese convertido en un libre ecosistema parasitario sobre tu cabeza.
Un, dos. Un, dos.
Montones de coches. De luces de neón. Huele a palomitas. A crepes y a perritos calientes. Palomitas...
Un, dos. Un, dos.
Las gaviotas sobrevuelan el puente colgante mientras lo cruzas, y amenazan con lanzarte un regalito en mitad de la cara. Y tu cuelgas a siete metros del agua sucia.
Un, dos. Un, dos.
Llegas al puerto. Te sientas. Sigue lloviznando. Los primeros indicios de vida pensante aparecen entre la mata inidentificable de tu pelo.
Te crean incontinencia pensativa.
Mueves los pies que cuelgan, sobre el borde del mar.
Agua abajo, cielo arriba, a tu espalda la ciudad que combina hastío y sofocante estrés, y frente a tus ojos el horizonte. Presentándose como siempre, el muy cabrón, inalcanzable.
Pam, pum.
Los pies sobre la madera.
Dos pasos hacia atrás. Media vuelta. Dos pasos hacia delante.
Retorno a casa.
Y el horizonte sigue frente a tus ojos, lejano. Inalcanzable.
Un, dos. Un, dos.
Las baldosas nunca terminan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario